Una tarde de miércoles, el departamento de riesgos de uno de los 20 bancos más grandes del mundo estaba llevando a cabo un “ejercicio del fin del mundo”: suponían que los clientes se volvían locos colectivamente y convertían frenéticamente el saldo de sus cuentas en Bitcoin, Ethereum y Tether para retirarlo todo. ¿Cuánto tiempo aguantaría el sistema bancario?

No habían pasado ni tres horas desde el inicio de la prueba cuando la pantalla del equipo de cumplimiento ya estaba llena de alertas rojas. El marco de gestión de riesgos actual no podía hacer frente a este tipo de “retirada digital en masa”; el déficit de liquidez era descomunal. Se rumorea que esa misma noche la alta dirección celebró una reunión de emergencia y alguien propuso preparar discretamente una reserva de 1.000 millones de dólares en cold wallets como colchón.

Esto no es un guion de ciencia ficción. Cuando 2025 estaba a punto de terminar, los gigantes de las finanzas tradicionales por fin se dieron cuenta de una cruel realidad: los criptoactivos hace tiempo que dejaron de ser un juguete marginal; se han convertido en una bomba de liquidez que puede estallar en cualquier momento. El problema al que se enfrentan ahora los bancos ya no es “si deben aceptar criptomonedas”, sino “cómo aceptarlas sin verse arrasados por ellas”.