¿Quién será el sucesor de Powell? Esta aparente decisión casi cerrada se ha vuelto incierta debido a la última declaración del CEO de JPMorgan, Jamie Dimon. Kevin Hassett, asesor económico de la Casa Blanca, era considerado el favorito, pero la declaración de Dimon apoyando a otro Kevin —el exmiembro de la Junta de la Reserva Federal, Kevin Warsh— ha equilibrado la balanza que ya se inclinaba. Según las predicciones de Polymarket, la probabilidad de que Hassett sea elegido ha caído de casi 8 en 10 a aproximadamente 5 en 10, mientras que la de Warsh ha subido de un 10% a alrededor del 40%. Debido a la creciente competencia, lo que inicialmente podría haberse decidido en el año, probablemente no tendrá una resolución definitiva hasta principios del próximo. Pero esto no es algo negativo; permite que los candidatos se preparen mejor y también que el mercado ofrezca más retroalimentación. Para la política monetaria de Estados Unidos, que se encuentra en una encrucijada, esto podría ser una prueba de resistencia más efectiva.
La predicción más precisa en este momento es que el próximo presidente de la Reserva Federal será definitivamente Kevin. Ambos Kevin son considerados por Trump como “líderes de banco centrales con los que se puede comunicar”, pero sus enfoques y estilos son radicalmente diferentes: uno es un “hacedor de políticas” profundamente integrado en la maquinaria política de la Casa Blanca, experto en reformular narrativas macroeconómicas mediante debates televisivos y lenguaje de campaña; el otro es un burócrata técnico que ha salido del sistema de la Fed, que entiende cómo sincronizarse con el pulso del mercado y también cómo equilibrar la independencia con las realidades políticas alcanzables. En un momento en que la sombra de la inflación aún persiste y las rutas de las tasas de interés siguen siendo controvertidas, elegir a cualquiera de los dos será una prueba anticipada de cómo la Reserva Federal manejará la política en los próximos cinco años.
El recorrido de Hassett casi refleja la agenda económica de Trump. Su experiencia en el Consejo Económico Nacional y en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca lo convierten en el portavoz más destacado de una política de “bajar tasas de interés primero”: ha declarado públicamente que “aún hay espacio suficiente para reducir las tasas” y ha convertido préstamos de autos y hipotecas más baratos en compromisos políticos cuantificables. Esta habilidad de traducir la política monetaria en beneficios para el consumidor coincide con la intuición de los votantes y refuerza las expectativas de la Casa Blanca de una política monetaria flexible. Al mismo tiempo, sus críticas a la independencia de la Fed y su descontento público con el actual presidente generan alerta en los mercados y en la academia: cuando la distancia entre el banco central y las autoridades administrativas se acorta deliberadamente, ¿a qué costo se mantiene la credibilidad a largo plazo en la estabilidad de precios?
La narrativa de Warsh, por otro lado, se asemeja a la de un actor familiar en el guion de la Reserva Federal que vuelve a escena. Su experiencia como director en la era de Bernanke le confiere una sensibilidad superior a los procesos, la comunicación y la gestión de expectativas del mercado; en sus interacciones recientes con Trump, no descarta tasas más bajas, pero enfatiza un ritmo de “consulta, negociación y gradualismo”. Esta destreza es especialmente valiosa en ciclos de volatilidad: evita que las reducciones de tasas se conviertan en una extensión de órdenes ejecutivas, manteniendo espacio para juicios profesionales.
Al mismo tiempo, las críticas de Warsh a la política de la Fed pueden ser más estructurales y disruptivas. Él considera que la inflación es una elección, resultado de una política monetaria excesivamente laxa y un gasto fiscal desmesurado; en otras palabras, los “incertidumbres” que la Fed enfatiza actualmente tienen su raíz en sus propias acciones. Muchos en los mercados y en la academia comparten esta percepción: Powell en múltiples ocasiones ha destacado las “incertidumbres” y ha afirmado que su trabajo es difícil pero correcto, una declaración que en cierto modo suena a “echar la culpa” o a un “cliché”. Pero para Warsh, la política monetaria necesita independencia, pero también coordinación con la política fiscal. En cierto sentido, un gasto fiscal excesivo y una política monetaria igualmente flexible solo complican la gestión y generan una “falta de lugar” para la política monetaria. Desde esta perspectiva, la política monetaria debe responder o cubrirse frente a la política fiscal, y también definir claramente sus propios objetivos y límites. Si la política monetaria no puede cumplir con sus metas duales de “control de la inflación” y “pleno empleo”, será necesario realizar cambios sustanciales en el marco de referencia. Desde este punto de vista, la visión de Warsh resulta más práctica, mientras que la de Hassett parece reducirse a la “practicidad”. Pero si se requiere una revisión a gran escala de la política monetaria, Hassett, sin experiencia en gestión de políticas, difícilmente será la persona adecuada, ya que aparte de discursos teóricos, no tiene experiencia práctica. Es difícil imaginar a un comentarista televisivo que, además de hablar de política monetaria, pueda hacer juicios académicos o ajustes estratégicos sobre los modelos económicos internos de la Fed.
Curiosamente, aunque Hassett lidera las encuestas, en el último momento podría quedar relegado por limitaciones técnicas. El apoyo público de Dimon en realidad favorece a Warsh como la primera opción del mercado, y la decisión final de Trump también podría inclinarse más hacia la preferencia del mercado con el tiempo. En otras palabras, si Trump no logra decidirse en el corto plazo, las ventajas técnicas y académicas de Warsh podrían ampliarse con el tiempo. Es probable que Hassett pueda ofrecer una reducción rápida de tasas en el corto plazo, pero sin anclar la inflación a largo plazo, lo que podría generar una curva de tasas más empinada. Warsh, en cambio, buscará un equilibrio entre la tasa overnight y las tasas a largo plazo. Desde otra perspectiva, Warsh podría ser marginalmente más “halcón” que Hassett, pero su enfoque haría que el entorno general de tasas sea más equilibrado y la curva más suave.
En resumen, la diferencia esencial entre los dos Kevin radica en si el próximo presidente podrá trazar una línea clara y ejecutable entre “beneficio político a corto plazo” y “credibilidad institucional a largo plazo”. Si la Casa Blanca quiere convertir a la Fed en un acelerador del crecimiento, Hassett sería la opción más compatible; si el mercado valora más la previsibilidad y el profesionalismo en el proceso, la “memoria bancaria” de Warsh resulta más convincente. La elección no solo afectará la trayectoria de las tasas, sino también la cultura institucional. En esta decisión, Estados Unidos redefinirá la distancia entre la autoridad monetaria y la administración, y también si la “independencia” es un principio o una estrategia.
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¿Quién sucederá a Powell?
¿Quién será el sucesor de Powell? Esta aparente decisión casi cerrada se ha vuelto incierta debido a la última declaración del CEO de JPMorgan, Jamie Dimon. Kevin Hassett, asesor económico de la Casa Blanca, era considerado el favorito, pero la declaración de Dimon apoyando a otro Kevin —el exmiembro de la Junta de la Reserva Federal, Kevin Warsh— ha equilibrado la balanza que ya se inclinaba. Según las predicciones de Polymarket, la probabilidad de que Hassett sea elegido ha caído de casi 8 en 10 a aproximadamente 5 en 10, mientras que la de Warsh ha subido de un 10% a alrededor del 40%. Debido a la creciente competencia, lo que inicialmente podría haberse decidido en el año, probablemente no tendrá una resolución definitiva hasta principios del próximo. Pero esto no es algo negativo; permite que los candidatos se preparen mejor y también que el mercado ofrezca más retroalimentación. Para la política monetaria de Estados Unidos, que se encuentra en una encrucijada, esto podría ser una prueba de resistencia más efectiva.
La predicción más precisa en este momento es que el próximo presidente de la Reserva Federal será definitivamente Kevin. Ambos Kevin son considerados por Trump como “líderes de banco centrales con los que se puede comunicar”, pero sus enfoques y estilos son radicalmente diferentes: uno es un “hacedor de políticas” profundamente integrado en la maquinaria política de la Casa Blanca, experto en reformular narrativas macroeconómicas mediante debates televisivos y lenguaje de campaña; el otro es un burócrata técnico que ha salido del sistema de la Fed, que entiende cómo sincronizarse con el pulso del mercado y también cómo equilibrar la independencia con las realidades políticas alcanzables. En un momento en que la sombra de la inflación aún persiste y las rutas de las tasas de interés siguen siendo controvertidas, elegir a cualquiera de los dos será una prueba anticipada de cómo la Reserva Federal manejará la política en los próximos cinco años.
El recorrido de Hassett casi refleja la agenda económica de Trump. Su experiencia en el Consejo Económico Nacional y en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca lo convierten en el portavoz más destacado de una política de “bajar tasas de interés primero”: ha declarado públicamente que “aún hay espacio suficiente para reducir las tasas” y ha convertido préstamos de autos y hipotecas más baratos en compromisos políticos cuantificables. Esta habilidad de traducir la política monetaria en beneficios para el consumidor coincide con la intuición de los votantes y refuerza las expectativas de la Casa Blanca de una política monetaria flexible. Al mismo tiempo, sus críticas a la independencia de la Fed y su descontento público con el actual presidente generan alerta en los mercados y en la academia: cuando la distancia entre el banco central y las autoridades administrativas se acorta deliberadamente, ¿a qué costo se mantiene la credibilidad a largo plazo en la estabilidad de precios?
La narrativa de Warsh, por otro lado, se asemeja a la de un actor familiar en el guion de la Reserva Federal que vuelve a escena. Su experiencia como director en la era de Bernanke le confiere una sensibilidad superior a los procesos, la comunicación y la gestión de expectativas del mercado; en sus interacciones recientes con Trump, no descarta tasas más bajas, pero enfatiza un ritmo de “consulta, negociación y gradualismo”. Esta destreza es especialmente valiosa en ciclos de volatilidad: evita que las reducciones de tasas se conviertan en una extensión de órdenes ejecutivas, manteniendo espacio para juicios profesionales.
Al mismo tiempo, las críticas de Warsh a la política de la Fed pueden ser más estructurales y disruptivas. Él considera que la inflación es una elección, resultado de una política monetaria excesivamente laxa y un gasto fiscal desmesurado; en otras palabras, los “incertidumbres” que la Fed enfatiza actualmente tienen su raíz en sus propias acciones. Muchos en los mercados y en la academia comparten esta percepción: Powell en múltiples ocasiones ha destacado las “incertidumbres” y ha afirmado que su trabajo es difícil pero correcto, una declaración que en cierto modo suena a “echar la culpa” o a un “cliché”. Pero para Warsh, la política monetaria necesita independencia, pero también coordinación con la política fiscal. En cierto sentido, un gasto fiscal excesivo y una política monetaria igualmente flexible solo complican la gestión y generan una “falta de lugar” para la política monetaria. Desde esta perspectiva, la política monetaria debe responder o cubrirse frente a la política fiscal, y también definir claramente sus propios objetivos y límites. Si la política monetaria no puede cumplir con sus metas duales de “control de la inflación” y “pleno empleo”, será necesario realizar cambios sustanciales en el marco de referencia. Desde este punto de vista, la visión de Warsh resulta más práctica, mientras que la de Hassett parece reducirse a la “practicidad”. Pero si se requiere una revisión a gran escala de la política monetaria, Hassett, sin experiencia en gestión de políticas, difícilmente será la persona adecuada, ya que aparte de discursos teóricos, no tiene experiencia práctica. Es difícil imaginar a un comentarista televisivo que, además de hablar de política monetaria, pueda hacer juicios académicos o ajustes estratégicos sobre los modelos económicos internos de la Fed.
Curiosamente, aunque Hassett lidera las encuestas, en el último momento podría quedar relegado por limitaciones técnicas. El apoyo público de Dimon en realidad favorece a Warsh como la primera opción del mercado, y la decisión final de Trump también podría inclinarse más hacia la preferencia del mercado con el tiempo. En otras palabras, si Trump no logra decidirse en el corto plazo, las ventajas técnicas y académicas de Warsh podrían ampliarse con el tiempo. Es probable que Hassett pueda ofrecer una reducción rápida de tasas en el corto plazo, pero sin anclar la inflación a largo plazo, lo que podría generar una curva de tasas más empinada. Warsh, en cambio, buscará un equilibrio entre la tasa overnight y las tasas a largo plazo. Desde otra perspectiva, Warsh podría ser marginalmente más “halcón” que Hassett, pero su enfoque haría que el entorno general de tasas sea más equilibrado y la curva más suave.
En resumen, la diferencia esencial entre los dos Kevin radica en si el próximo presidente podrá trazar una línea clara y ejecutable entre “beneficio político a corto plazo” y “credibilidad institucional a largo plazo”. Si la Casa Blanca quiere convertir a la Fed en un acelerador del crecimiento, Hassett sería la opción más compatible; si el mercado valora más la previsibilidad y el profesionalismo en el proceso, la “memoria bancaria” de Warsh resulta más convincente. La elección no solo afectará la trayectoria de las tasas, sino también la cultura institucional. En esta decisión, Estados Unidos redefinirá la distancia entre la autoridad monetaria y la administración, y también si la “independencia” es un principio o una estrategia.